El ejemplo de Inés Rosales

De digna creación y de probada historia de calidad y popularidad en el tiempo: las “Legítimas y acreditadas tortas de Inés Rosales”, como rezaba y reza su presentación. De nacionalidad sevillana, su título fue y es parte de nuestra infancia, adolescencia y de meriendas de café con leche en mesas camilla.

En el I Congreso de Gastrosofía celebrado en Sevilla en el pasado junio, Ana Moreno Pedrosa, directiva de la firma Inés Rosales, intervino para hablar de la experiencia de su empresa, en un contexto de alimentación limpia, buena y justa, al hilo del contenido del Congreso, centrado en la utopía alimentaria y en un respeto por el patrimonio cultural culinario.

Fue en 1910 cuando Inés Rosales, ama de casa de Castilleja de la Cuesta, a sus 43 años, decidió elaborar y comercializar una torta de receta familiar cuya masa tardaba meses en endurecerse. Ser poco perecedera facilitó su venta. Rosales dio su nombre a la marca, y creó un producto a buen precio mediante la publicidad boca a boca en El Aljarafe sevillano. Las tortas Inés Rosales se comercializan hoy en 38 países, que las consideran un alimento gourmet.

Trigo, aceite de oliva, anís, sésamo… el proyecto solucionó la economía de esta mujer visionaria, que convirtió a las Legítimas y Acreditadas en un clásico souvenir de su pueblo, desde el obrador de su propia cocina. Hoy la firma cuenta con unas modernas y amplias instalaciones en la localidad de Huévar del Aljarafe, a 23 km de Sevilla.

Las tortas Inés Rosales siguen siendo una experiencia gastronómica. No llevan lactosa ni huevo, evitando intolerancias, y se elaboran con una harina muy particular. Están homologadas con la simbología kosher (alimentación hebrea), y tienen la certificación de Especialidad Tradicional Garantizada. Su especial textura y versatilidad hace que muchos cocineros la presenten como tosta con quesos, conservas y embutidos. Y a pesar de su curriculum, comparten espacio en los lineales de los supermercados con los productos de bollería industrial.

La plantilla de la empresa, que pasa del centenar de trabajadores, está compuesta en su 83% por mujeres. Son muchos los grupos de escolares y de asociaciones que visitan la fábrica de Inés Rosales. Moreno aludió también al proyecto de aprovechamiento de las tortas rotas, recogidas en las llamadas cajas solidarias, que en número de unas 25.000 al año, se donan a entidades sociales.

Las cifras son elocuentes: 300.000 tortas de aceite al día, 21 por minuto, con la única herramienta de las manos de las trabajadoras llamadas “labradoras”, que luego pasan a su empaquetado en el mismo papel satinado de siempre y con el antiguo logotipo corporativo. Solo han ido menguando las unidades contenidas en el envase, pues hoy las familias tienen menos miembros.

Una torta que se come sin prisas, modelo de gastronomía circular. Un ejemplo de producto tradicional sevillano, que 111 años después aún podemos disfrutar en su misma composición de origen. Torta que nos habla de tradición, de emprendimiento femenino, de comunicación, de cultura popular y de transparencia.

Y es uno de los orgullos gastronómicos de Sevilla.

Charo Barrios.

 

Foto: Inés Rosales
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