Frente a los grandes progresos de la industria alimentaria –no siempre mirando por la calidad ni la cercanía- son cada vez más los movimientos asociativos que buscan aprovisionarse de alimentos más limpios (certificados o no como ecológicos), generando unos canales especiales de distribución que afectan a muchos consumidores. Se trata de pequeños productores constituidos en grupos de consumo, con tierras cultivadas en la periferia de nuestra capital o en otros terrenos o huertos de la provincia.
La mayoría de estos productores están constituidos como asociaciones, en las que los miembros contribuyen con cuotas mensuales a los gastos fijos de la explotación, ayudando así a compensar los propios desequilibrios que ofrece la naturaleza en su producción y temporalidad.
Tenemos conocimiento de una veintena de grupos de consumo en la provincia de Sevilla, pero seguro que nos quedamos cortos. Algunos de ellos, están incluidos en la plataforma Sabores de la Provincia de Sevilla, promovida por la Diputación Provincial, y sabemos que son productores de excelentes quesos, mieles, hortalizas, etc.
Desde nuestro criterio, la gastronomía es compatible con unos alimentos cultivados en condiciones limpias, de acuerdo con los ciclos de la naturaleza. Y una parte importante de la cultura de nuestra mejor alimentación está formada por esos productos frescos producidos en estas tierras.
Los miembros de estos grupos son ciudadanos preocupados por el medioambiente y la salud, y, sobre todo, por el respeto a una tierra que no debe ser maltratada, al producir sus alimentos con el mínimo daño.
Grupos de consumo, huertos urbanos y pequeñas cooperativas, forman redes asociativas más o menos informales, pero que fomentan la justicia alimentaria, la calidad y la tradición de nuestra provincia e incluso el trueque entre los habitantes de la comarca.
Son buenos ejemplos a seguir que pueden convivir con otros formatos mayoritarios de producción y distribución de alimentos.
Pero estos modelos deberían ser protegidos por la Administración.
